Aun peor que la mediocridad son las excusas para no intentar acabar con ella. Y si hablamos de competencia con armas de fuego, las excusas no justifican el peligro que corren propios y extraños por la incompetencia de uno. Las excusas ─ni estrés, ni fisiología, ni amígdala, ni ná─ no eximen de responsabilidad al mediocre o incompetente, aunque él crea que sí. El remedio es bien sencillo: un entrenamiento adecuado ─lo cual tiene un precio─. El caso es que parece que hay algunos que pretenden instaurar la mediocridad como excelencia, y al cúmulo de excusas de los mediocres, algunos instructores vendehúmos o impostores suman la de que «para enseñar no hace falta ser bueno». Por tanto, no solo no disparan bien, sino que ni siquiera disparan ante sus alumnos ─por miedo o vergüenza─ (alguno incluso llega a decir que «en combate no hace falta agrupar»).
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