
Bala perdida alojada en el cerebro de un niño de 10 años dos meses después. Fuente.
No son pocas las ocasiones en las que sale a colación el tema de los «rebotes» de proyectiles de armas de fuego. El tema ─como es lógico─ genera una gran preocupación para cualquier profesional de las armas que se precie, por sus posibles consecuencias lesivas para aquellas personas que pudieran ser alcanzadas. Lo cierto es que los rebotes, junto con la dichosa sobrepenetración, tienen muy mala fama y se les atribuye un enorme peligro ─puede que más del que realmente plantean, dado que el verdadero y mayor peligro radica en fallar el blanco─. Sea por el motivo que sea, y aquí el estrés no sirve de excusa, todo proyectil que no impacta sobre su blanco se convierte en una bala perdida (stray bullet, en inglés), que necesariamente acabará impactando sobre algo, en el mejor de los casos, o sobre alguien, que posiblemente nada tenga que ver con el hecho. Lo cierto es que tristemente abundan las evidencias que demuestran el serio peligro que plantean las balas perdidas.
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