Tocar a un policía, por Salvador Sostres. EL MUNDO. 25 de marzo de 2014.

Tras lo sucedido a finales de marzo de 2014 (acude a la hemeroteca si no te suena), fue ─y sigue siendo─ de agradecer leer artículos como el siguiente, en el que se demuestra el apoyo que bien merecen nuestros policías de parte de sus ciudadanos, de los auténticos ciudadanos, y no de esos sinvergüenzas que no respetan a nada ni a nadie. Me parece especialmente importante que nuestros policías reciban muestras muestras de apoyo como este tipo de artículos, que les puedan servir de motivación para continuar realizando su labor. ¡Muchas gracias, señoras y señores policías!

SOSTRES, Salvador. Tocar a un policía. EL MUNDO. 25 de marzo de 2014.

Tocar a un policía, sólo rozarle, tendría que estar castigado con cuantiosas multas económicas y severas penas de cárcel. Porque agredir a un policía es agredir a la esencia misma de la convivencia democrática. Es agredir al orden, y el principal enemigo de la libertad es el caos.

Golpear hoy a un policía sale gratis y se ve como un ritual de fin de fiesta reivindicativa. Algunos ciudadanos han aprendido a canalizar su frustración, y su mediocridad, a través de este tipo de violencia; y se creen héroes cuando son auténticos criminales.

En los países civilizados el patrimonio de la violencia es del Estado, y en España tenemos a unos manifestantes cada vez más violentos y a una Policía que administra esta ira con cautelas condescendientes y paternalistas.

Si ningún manifestante agrediera a ningún policía, no habría nunca disturbios de ningún tipo. Quien busca la violencia no es la Policía, que evita al máximo cargar contra los manifestantes y, cuando no tiene más remedio que hacerlo, trata de usar la mínima fuerza posible. Aunque sea al precio de acabar con 64 agentes heridos.

Yo soy partidario de más mano dura porque siempre he pensado que educar es reprimir. Y los que critican al ministro del Interior por excesivo tendrían que saber que otros ministros del Interior, menos católicos y más protestantes, más exigentes con los deberes de cada cual y menos piadosos con las flaquezas de algunos, actúan con mucha más dureza y sin ninguna contemplación contra delincuentes, como los que atacaron a la Policía en la llamada Marcha de la Dignidad del pasado sábado.

El izquierdismo callejero puede quejarse tanto como quiera, en su inconsciencia y en su incultura, del ministro Fernández Díaz y de la Policía española, pero tiene mucha más suerte de la que merece con el ministro del Interior que le ha tocado, comprensivo y piadoso; y de vivir en un Estado que, después de 40 años de franquismo y otros 40 de democracia, se continúa sintiendo culpable y ejerce sus potestades de un modo, como mínimo, vergonzante. Algún día se nos pasarán los complejos y estos mozos sabrán lo que es correr.

Mientras tanto, es muy decepcionante que por todo se quejen y por nada den las gracias. El domingo se concentraron para exigir la puesta libertad de los agresores que habían sido detenidos el sábado, y a ninguno se le ocurrió abandonar ni que fuera sólo un instante su retórica autoindulgente y onanista para rendir algún homenaje a Adolfo Suárez, que justo en aquella hora fallecía. Él fue quien hizo posible este sistema de libertades tan generoso y expansivo que hasta pueden aprovecharse de él las personas más absurdas y equivocadas. Nadie alzó la voz para darle las gracias. Tal vez porque nadie entre la turba sabía quién era Adolfo Suárez.

Tocar a un policía tendría que tener consecuencias dramáticas y a los que tanta dignidad exigen estaría bien que fuéramos a reclamársela. La queja permanente es estéril y degradante, y te hundes un poco más con cada excusa que encuentras para justificarte. Comprendo al ministro del Interior en su moderantismo, pero es hora de que el Estado comparezca con toda su importancia y tenga claro que los que atentan contra el orden son los únicos culpables.

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