¿Quién no ha oído hablar del autoencendido de un cartucho en la recámara? Se trata de algo relativamente lógico, teniendo en cuenta que el cartucho alberga pólvora que puede deflagrarse si alcanza cierta temperatura ─aproximadamente 150ºC en el cañón (Hameed, Azavedo, Pitcher, 2014)─. Para alcanzar altas temperaturas basta con disparar de forma sostenida durante un rato, algo especialmente fácil en el caso de una ametralladora.
Este fenómeno puede resultar extremadamente peligroso según hacia dónde se dirija la boca de fuego en el momento de lo que constituye un disparo o descarga involuntaria del arma. Además, existe el peligro de ser alcanzado por fragmentos de la vaina, que saldrá disparada hacia atrás en el caso que el cartucho detone con la recámara abierta ─como puede ser el caso de una ametralladora, tal y como se puede ver en el vídeo siguiente─.
Sorprende encontrar fusiles que después de tan solo 100 disparos generen el calor suficiente en la recámara como para que se produzca el autoencendido de un cartucho. Según un artículo de John Kennedy publicado en SoldierSystems el 16 de julio de 2018, sobre las pruebas realizadas en el verano de 2016, en Paquistán, a varios modelos de fusiles de diferentes fabricantes (si no todos, la mayoría en calibre 7,62), presuntamente hubo solo dos fusiles en los que la prueba de autoencendido fue positiva: HK G3 y FN SCAR-L.
La prueba de autoencendido consistía en realizar 120 disparos tan rápido como fuera posible. En el último cargador de 20 cartuchos se dejaba el arma reposar con un cartucho en recámara a la espera que se produjera un autoencendido. En los dos vídeos siguientes se puede ver cómo se produce el autoencendido con ambos fusiles.
En estos casos la disciplina en cuanto a la segunda norma de seguridad con cualquier arma de fuego se convierte en una capa de seguridad de vital importancia. ¡Y pensar que hay alguno que se pasa esta norma por el forro!
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