Los mitos de las películas en cuanto a armas de fuego suelen distar mucho de la realidad. Tal es el caso del fuego automático, porque lo habitual es que en las películas todo fusil dispare en fuego automático sin que suponga un problema a la hora de impactar sobre el blanco ─por no hablar del consumo de munición, que en las películas no suele ser un problema─.
Comprobar que la realidad es bien distinta resulta tan sencillo como realizar la prueba en el campo de tiro. Más abajo tienes dos vídeos de ejemplo, uno de Larry Vickers ─de sobra conocido en el mundo de las armas de fuego─ y otro de Christian Wade ─ahora en la reserva y hasta no hace mucho maestro armero de la 2ª División de Infantería de Marina estadounidense─. Las conclusiones saltan a la vista y se ajustan a lo lógico y razonable.
El fuego automático permite disparar rápido, muy rápido, del orden de varios cientos de cartuchos por minuto, lo que implica un consumo elevado de munición. Pero, al mismo tiempo, la dispersión del tiro se amplía considerablemente, de modo que después de dos o tres disparos los demás fácilmente se van fuera del blanco ─especialmente a poco que aumenta la distancia, digamos que más allá de 20 metros─. A cierta distancia, digamos más de 50 metros, no es fácil meter más de un impacto en el blanco con cada ráfaga, especialmente si se dispara de pie. Aún tratando de ajustar las ráfagas en fuego automático a 3 o 4 disparos, no es fácil controlar la reelevación de la boca de fuego que hace que los disparos vayan subiendo y saliéndose del blanco ─hacia la derecha o izquierda, según el tirador─.
Sin embargo, el fuego semiautomático no permite disparar tan rápido como el fuego automático, pero si bastante rápido, del orden de entre 100 y 200 cartuchos por minuto ─2, 3 o 4 disparos por segundo─, con la ventaja de no consumir tanta munición. La principal ventaja del fuego semiautomático radica en que el tirador puede ajustar la cadencia de fuego en función de la distancia al blanco para tratar de colocar todos los impactos dentro del blanco ─menor distancia=mayor cadencia; mayor distancia=menor cadencia─.
Habida cuenta de las diferencias, no es raro que se cuestione la utilidad del fuego automático en un fusil, de tal forma que hay quien considera que no pasaría nada si dejara de existir esa posibilidad ─porque realmente no se utiliza─.
Cuando la munición es limitada, como sucede en la vida real, la relación entre consumo de munición e impactos sobre el blanco se convierte en un dato importante a tener en cuenta, aún tratándose de un fuego de supresión. De esta forma, si disparamos ráfagas cortas de 3 disparos en fuego automático a una cadencia de fuego de 600 disparos por minuto ─10 disparos por segundo, 1 disparo cada 0,1 segundos─, es decir, ráfagas de tan sólo 0,3 segundos, aún con una pausa de 1 segundo entre ráfagas cortas, se tardan tan solo 12 segundos en vaciar un cargador de 30 disparos. Pero, si disparamos en fuego semiautomático a una cadencia de 60 disparos por minuto (1 disparo por segundo) se tardan 30 segundos en vaciar un cargador de 30 disparos. A esto hay que añadir que, como resulta evidente, resulta más fácil mantener los impactos sobre el blanco en el caso del fuego semiautomático. Con esos mismos datos, en el caso de disponer de 8 cargadores de 30 disparos ─un total de 240 disparos─, considerando cero el tiempo de cambio de cargador, se tardarían menos de 2 minutos ─103 segundos─ en agotar la munición en fuego automático, frente a los 4 minutos ─240 segundos─ en fuego semiautomático.
Moraleja: menos de 2 minutos en fuego automático de fuego de supresión menos preciso, frente a 4 minutos en fuego semiautomático de fuego de supresión más preciso.
En resumidas cuentas, la ventaja del fuego automático ─mayor cadencia de fuego─ se convierte en su mayor desventaja ─elevado consumo de munición, junto con la pérdida de precisión─. Mientras que con el fuego semiautomático se puede disparar a una buena cadencia de fuego al tiempo que no se pierde demasiada precisión y se optimiza el consumo de munición.
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