Estamos tan acostumbrados a las películas de espías del estilo de James Bond que resulta curioso el mundo de los agentes dobles que operaron durante la Segunda Guerra Mundial. La picaresca de algunos para sacar rédito del espionaje nos deja historias tan curiosas como las que se explican en este artículo. ¡Manda huevos!
(Reproducción del artículo en español publicado en War Is Boring con fecha 19 de diciembre de 2017, traducción del original en inglés escrito por Sebastien Roblin)
Un criador de pollos español, una apostadora peruana y un mujeriego serbio le tomaron el pelo a Adolf Hitler
El libro «Double Cross» [Engaños] narra los engaños del Día D
Nadie se cree que los espías disfruten en la realidad de estilos de vida glamurosos tipo James Bond con trajes a medida, vestidos ajustados, sexo y apuestas. Así que, uno de los placeres de leer el libro Double Cross: The True Story of the D-Day Spies [Double Cross: La Verdadera Historia de los Espías del Día D], de Ben Macintyre, es conocer la historia de media docena de extravagantes agentes secretos que de verdad llevaron vidas decadentes y peligrosas, engañando a la agencia de espías de Hitler mientras le pasaban a Berlín facturas por whisky y camisas de seda.
Fiel a su título, Double Cross describe numerosas traiciones dentro de traiciones que tuvieron lugar en el sombrío mundo del espionaje de la Segunda Guerra Mundial ─nada es más escandaloso que el hecho de que en 1943 todo agente en el Reino Unido que informaba a la inteligencia alemana era en realidad un agente doble bajo el control del MI5, el Servicio de Seguridad Británico─. Pero lo que resulta aún más absurdo es que, durante la Operación Midas, Alemania transfirió 85.000 libras esterlinas a sus «agentes» ─el equivalente a 4’5 millones de libras en la actualidad [más de 5 millones de euros]─, ¡que se utilizaron para financiar el programa de agentes dobles del MI5!
Esto se debió en parte a la incompetencia y corrupción de la agencia de inteligencia alemana, la Abwehr ─sus jefes eran desleales, mientras que los oficiales de menor rango solían quedarse con un pellizco del dinero destinado a pagar informantes, por lo que contaban con un incentivo para no cuestionar demasiado la fiabilidad de sus agentes─.
Es más, la inteligencia británica había roto el código Enigma ─considerado «la fuente más secreta» para la seguridad operativa─ y lo utilizó para interceptar a todo agente que se lanzara en paracaídas, la mayoría de los cuales carecían de la formación adecuada. Mientras que algunos de los espías capturados fueron encarcelados o ejecutados, a otros el MI5 los convirtió en agentes dobles a través del llamado Sistema «XX» o Double-Cross [doble cruz] dirigido por Thomas «Tar» Robertson.
Algunas veces estas conversiones no fueron fáciles, como en el caso del nazi sueco Gösta Caroli:
Una tarde, en su casa segura en Hinxton, cerca de Cambridge, Caroli se acercó sigilosamente por detrás de su cuidador mientras jugaba al solitario e intentó estrangularlo con un trozo de cuerda. Al ver que esto no funcionaba, se disculpó, ató al hombre a una silla y se escapó con una lata de sardinas, una piña y una piragua grande de tela. Después robó una moto y fue, muy despacio, conduciendo hacia la costa con la piragua en la cabeza haciendo equilibrios. Tenía la intención de llegar a Holanda remando.
Lo cierto es que en realidad los agentes dobles más efectivos se ofrecieron directamente voluntarios al servicio británico. El libro Double Cross se centra en las dispares historias de seis de esos agentes. El más incontrolable fue Dusko Popov, un mujeriego serbio reclutado en la Abwehr por su amigo Johann Jebsen. Popov ofreció de inmediato sus servicios a un funcionario de la embajada británica en Yugoslavia. El MI5 lo consideró fiable después de que un reclutador se lo llevara de borrachera por Escocia.
Popov tuvo un increíble número de novias glamurosas, algunas casadas, y finalmente lo mandaron a Nueva York, donde se ganó la desaprobación del FBI con sus cada vez mayores gastos en alcohol, trajes a medida y un espléndido apartamento en Nueva York amueblado según sus exigencias. Le pasaba las facturas a sus agentes de enlace y no tuvo ningún reparo a la hora de pedir un poco de dinero extra como así lo hizo en esta carta al MI6 en 1942:
Tengo el corazón muy delicado. Mi médico, que es mi mejor amigo, dice que se debe a demasiado alcohol, tabaco y vicio. Hasta ahora el único remedio que funciona son la leche y el chocolate. Por favor, envíenme cualquier tipo de chocolate que se les ocurra por valor de 100 dólares. No me importa el que sea. Me lo estoy tomando como medicina. Por favor, envíenme además 100 dólares en medias de la talla 9, 9 ½ y 10 (no crean que soy promiscuo).
De forma similar, derrochadora de dinero y otras cosas era Elvira Chaudoir, la hija de un diplomático peruano y apostadora compulsiva que disfrutaba de la compañía tanto de hombres como de mujeres. El MI5 se fijó en la aburrida, arruinada y bisexual socialité en Londres y la «siguió» por la ciudad neutral de Lisboa hasta que fue reclutada por un joven oficial de inteligencia alemán llamado Biel que «pudo ver en sus ojos que podía confiar en ella».
Otro agente importante fue Roman Czerniawski, un oficial polaco exiliado que se asoció con una neurótica mujer francesa llamada Mathilde Carré ─autoapodada La Chatte, o «La Gata»─ para formar la primera red de inteligencia aliada en la Francia ocupada. Sin embargo, en noviembre de 1941, Mathilde fue capturada. Tuvo una aventura con su captor alemán, Hugo Bleicher, y traicionó a Czerniawski y a toda la red que habían creado juntos.
Bleicher también trató personalmente con Czerniawski. Aparentemente convencido de que estaba en condiciones de negociar el futuro de la Polonia ocupada, el polaco aceptó convertirse en agente doble. Seis semanas después «escapó» a Inglaterra, y confesó lo relativo a su captura a sus sorprendidos superiores en un manifiesto de 64 páginas titulado «The Great Game» [El Gran Juego].
Aunque algunos de los polacos querían que lo mataran o lo sometieran a un consejo de guerra, los británicos decidieron usarlo como agente triple. Mientras estaba en ello, también traicionó a su antigua compañera y traidora Mathilde, a quien Bleicher también había enviado a Inglaterra como agente doble.
Pero puede que el des-informante más prolífico y prolijo de la Abwehr fuera Juan Pujol-García, un pacifista catalán y criador de pollos fracasado que detestaba a los nazis. Después de que los británicos rechazaran sus ofrecimientos de ayuda, Pujol dio la lata a la embajada alemana en Madrid hasta que finalmente le dijeron que fuera al Reino Unido y comenzara a enviar informes.
Incapaz de viajar hasta allí, y sin haber visitado nunca Gran Bretaña, sacó libros de la biblioteca para informarse y empezó a enviar informes inventados que eran todo un cuento chino. A pesar de sus muchas incorrecciones, sus contactos alemanes se tragaron sus historias.
Al final el MI5 se enteró de lo que estaba haciendo Pujol después de que contactara con la embajada de Estados Unidos a principios de 1942, y por fin lo invitaron a Londres para que continuara contando milongas bajo la supervisión británica como «Agente Garbo». Se inventó una galería de sinvergüenzas con docenas de simpatizantes fascistas que supuestamente había reclutado, entre los que se incluía «un grupo de galeses fuertemente antisemitas dedicados a llevar el nacionalsocialismo a los valles y derrocar al gobierno británico a través de una campaña de asesinatos… liderado por un poeta indio llamado Rags y su novia de habla hindi».
La Abwehr le mandó importantes sumas de dinero para apoyar a estos «espías». A cambio el catalán transmitía por radio dos mensajes al día. Trabajaba a un ritmo tan acelerado que su solitaria y cansada esposa le amenazó con volver a España y la llevó hasta el punto de casi suicidarse.
Al final el MI5 intentó militarizar a gran escala su arsenal de agentes dobles para la Operación Fortitude, cuyo objetivo era engañar a los alemanes sobre el lugar de los inminentes desembarcos del Día D. Macintyre trata solo un poco por encima las extensas y elaboradas dimensiones de esta campaña de engaño, que supuso el despliegue de cientos de carros de combate, barcos y aviones hinchables, la generación de tráfico de comunicaciones radio entre falsos ejércitos de soldados aliados, el envío a Gibraltar de un actor que se hiciera pasar por el Capitán General Bernard Montgomery y el que agentes dobles tuvieran que informar sobre flotas imaginarias de invasión que se estaban reuniendo en Escocia.
Mientras los Aliados planeaban el desembarco en Normandía, querían que los alemanes creyeran que el objetivo real era el puerto fortificado de Calais, así como Noruega y el sur de Francia. Popov y Pujol transmitieron cientos de informes en los que describían la gran armada que se estaba reuniendo en Dover, lista para saltar sobre la cercana Calais. ¡Czerniawski «filtró» los planes de una invasión de Noruega que iba a llevar a cabo un 4º Ejército ficticio de Escocia, con sede en el Castillo de Edimburgo!
Elvira informó de que a un oficial borracho se le habían escapado los planes de invadir la zona en torno a Burdeos, en el suroeste de Francia, una región vigilada por la poderosa 17ª División de Panzergrenadier de la SS. El MI5 pudo confirmar a través de mensajes de Enigma interceptados que los oficiales alemanes estaban considerando seriamente estas historias falsas.
Finalmente, a las 3:00 A.M. del 6 de junio de 1944 Pujol comunicó por radio con sus contactos alemanes en Madrid para informarles de que una flota aliada de invasión se dirigía a Normandía ─mensaje programado para que llegara a Berlín solo cuando las primeras tropas aliadas pisaran la playa─. No obstante, el operador alemán se quedó dormido sobre el panel y los informes frenéticos de Pujol no llegaron hasta las 8:00 A.M. La fe de los alemanes en Pujol se vio tan reforzada que, unas semanas más tarde, Hitler le concedió la Cruz de Caballero de segunda clase, de la que recibió una copia física al final de la guerra.
Incluso después del desembarco en Normandía, Hitler estaba convencido de que la fuerza de invasión «real» todavía iba dirigida a Calais, y dejó 15 divisiones allí acuarteladas y Divisiones Panzer adicionales en reserva en lugar de emplearlas en un contraataque sobre la limitada y todavía vulnerable cabeza de playa de Normandía. La Abwehr reforzó este engaño gracias a la Operación Fortitude, al estimar incorrectamente que había el doble de divisiones aliadas de las que existían en realidad en el Reino Unido.
No obstante, algunos críticos han tachado a Macintyre de exagerar la efectividad del programa Double-Cross. Cierto es que el entusiasmo del autor por su historia le lleva a exageraciones ocasionales. Si bien la decisión de Hitler de aguantar sus reservas fue un error decisivo, no está claro cuánto contribuyeron los informes del agente doble a ese error.
Sin embargo, hay documentación que confirma que los militares alemanes se tomaron los informes en serio, por lo que resulta razonable afirmar que los esfuerzos del agente doble probablemente contribuyeron a salvar miles de vidas de soldados aliados.
Por otra parte, el sistema Double Cross también estuvo peligrosamente cerca de revelar totalmente la Operation Fortitude en dos incidentes distintos. El primer conato de catástrofe se originó por el desgraciado enfrentamiento entre funcionarios de aduanas británicos con exceso de celo y una espía franco-rusa con un gran afecto por su perro Babs, que la llevó a considerar la venganza.
El segundo surgió de la inesperada detención de Johnny Jebsen por parte de la Gestapo debido a malversación de fondos; su amigo Popov había convencido al agente anglófilo de la Abwehr para que se volviera contra los nazis. Contra todo pronóstico, Jebsen no desveló la Operación Fortitude cuando las S.S. lo torturaron, probablemente hasta la muerte.
Al final, aunque la guerra de engaños del MI5 contra la Abwehr supuso un triunfo sobre el fascismo, también lleva a la reveladora conclusión de que incluso las instituciones de inteligencia de élite pueden acabar mal por culpa del pensamiento grupal, la corrupción y la excesiva dependencia de fuentes de dudosa fiabilidad. De hecho, resulta que el MI5 tuvo un agente doble dentro de sus propias filas, el historiador de arte Anthony Blunt.
Afortunadamente, era un espía soviético cuyos informes a Moscú nunca llegaron a Berlín, aunque su traición fue un anticipo de los desastres que pronto sufriría la inteligencia británica durante la Guerra Fría.
El libro Double Cross ofrece una apasionante historia popular de espionaje real repleta de episodios a veces divertidos y conmovedores. Macintyre ha escarbado en los archivos históricos y las biografías de espías y reclutadores con muy buen ojo para los detalles más pintorescos y las personalidades más llamativas, y narra su historia con un estilo dramático, incluso aunque ocasionalmente recurra a exageraciones para destacar algunos aspectos de la guerra en las sombras de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de sus a veces glamurosos estilos de vida, los agentes dobles del MI5, lejos de ser súper espías de Ian Fleming ─creador de James Bond─, eran más bien hombres y mujeres demasiado humanos con diversos motivos tales como el idealismo, la codicia, el patriotismo, la lujuria, el coraje y el aburrimiento para asumir riesgos excepcionales y contar mentiras extraordinarias.
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