Cuando arranqué a escribir el blog Guerras Posmodernas, allá por 2005, uno de los autores que más influyó en mi visión sobre la guerra irregular fue William S. Lind, un paleoconservador estadounidense y padre del concepto de «Guerras de Cuarta Generación». El pensamiento de Lind está repartido por innumerables artículos de opinión y alcanzó especial repercusión durante los peores años de la insurgencia iraquí, transcendiendo el eje político y apareciendo en lugares como antiwar.com. El problema es, que a falta de textos extensos que establecieran la forma canónica del concepto, la difusión de las ideas de Lind supuso también su distorsión según cada cual las interpretaba. Cuando en España se empezó a hablar de Guerras de Cuarta Generación poca gente parecía conocer las ideas del propio Lind. Se mencionaba el artículo original, publicado en 1989 en la Marine Corps Gazette, donde apareció el término por primera vez y poco más. La gente hablaba de Guerras de Cuarta Generación con el mismo entusiasmo que los emprendedores usan vocablos en inglés y con el mismo entusiasmo con el que ahora se habla de Guerra Híbrida.
Lind habla de las Generaciones de la guerra moderna a partir de la Paz de Westphalia en 1648, que estableció en Europa al Estado como actor fundamental del ámbito internacional. La Primera Generación se caracteriza por las formaciones cerradas de tropas que chocan en el campo de batalla. Los factores fundamentales son el orden y la coordinación. Un vestigio de aquella era es la instrucción de orden cerrado que forma parte de la formación básica de los militares en casi todo el mundo y se exhibe en los desfiles militares.
La Segunda Generación fue una superación de la primera vía, la tecnología. Las formaciones compactas de tropas fueron contrarrestadas con la aplicación de potencia de fuego gracias a los avances de la Segunda Revolución Industrial. Pensemos en la introducción de la ametralladora que convirtió en suicida el avance en formaciones compactas al estilo de las guerras napoleónicas. El cénit de las Guerra de Segunda Generación fue la Primera Guerra Mundial. Según Lind, el ejército de Estados Unidos sigue anclado en este modelo de guerra: cualquier desafío táctico se resuelve pulverizando al enemigo con potencia de fuego.
La Tercera Generación fue nuevamente una superación de la anterior. La acumulación de potencia de fuego en la Primera Guerra Mundial convirtió en suicida el avance de masas compactas de soldados y obligó al atrincheramiento de los soldados, estancando los campos de batalla. La solución vino con la mecanización y el uso de la radio para superar la guerra de posiciones mediante la guerra de maniobra. El objetivo ya no era la destrucción del enemigo sino su colapso, colándose por sus líneas de defensa y avanzando hacia su retaguardia. El modelo por antonomasia de las Guerras de Tercera Generación fue la ofensiva alemana contra Bélgica y Francia en mayo de 1940, una estrategia conocida popularmente fuera de Alemania como Blitzkrieg (Guerra Relámpago).
Lind trabajó en el desarrollo del concepto de guerra de maniobra para el Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos. Fue en ese período cuando empezó a especular sobre las guerras del futuro. Si su modelo suponía que cada salto generacional había sido el resultado de avances tecnológicos e innovaciones en el campo de la táctica y la estrategia, en la aparición de las Guerras de Cuarta Generación plantea transformaciones sociales y políticas. He ahí uno de los puntos débiles de su modelo, al pasar arbitrariamente de cambios tácticos y tecnológicos como motores de la transformaciones de la guerra a los cambios puramente sociales y políticos.
A Lind le preocupaba la crisis de legitimidad del Estado y la aparición de actores no estatales violentos. Las Guerras de Cuarta Generación suponen el fin del Estado como actor fundamental del panorama internacional y el fin de su monopolio de la violencia legítima allí donde la gente se siente más identificada con un grupo étnico o religioso. Parte de las preocupaciones de Lind tenían que ver, desde su punto de vista como conservador estadounidense, con el auge de las políticas de identidad en el seno de la izquierda posmoderna. Lind temía la fragmentación social de Estados Unidos. Pero esa parte de su pensamiento ha sido pasada por alto y la popularización del concepto tuvo principalmente que ver con la preocupación en Estados Unidos por el fracaso en Irak durante los primeros años de ocupación tras la invasión de 2003 y la proliferación de guerras en Estados fallidos. El desafío de las Guerras de Cuarta Generación, es por tanto, cómo devolver la legitimidad al Estado, considerando que no existe una solución exclusivamente militar.
Recientemente las ideas de Lind han sido recuperadas y han aparecido publicadas en sendos libros. El primero es el texto de una conferencia donde explica su visión de las Guerras de Cuarta Generación. El segundo es el 4th Generation Warfare Handbook, coescrito con el teniente coronel Gregory Thiele del Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos. Me acordé de las ideas de Lind después de presenciar en las redes sociales y en los medios de comunicación internacionales la debacle que supuso para España los acontecimientos en Cataluña del 1 de octubre. Acudí a la lectura del manual de Guerras de Cuarta Generación intuyendo que la perspectiva de Lind sería interesante para reflexionar sobre los acontecimientos vividos. Yo mismo me sorprendí con la relevancia de muchas ideas, así que decidí traducir algunos párrafos.
«En el corazón de este fenómeno, la Guerra de Cuarta Generación, se encuentra no una evolución militar sino una revolución política, social y moral: una crisis de legitimidad del Estado. A lo largo del mundo, los ciudadanos de diferentes países están transfiriendo su lealtad primaria del Estado a otras entidades: grupos étnicos, religiones, bandas, ideologías y «causas». […] El hecho de que la raíz de la Guerra de Cuarta Generación es un fenómeno político, social y moral, el declive del Estado, significa que no pueda haber una mera solución militar a las amenazas de Cuarta Generación. La fuerza militar, por sí misma, es incapaz de devolver la legitimidad al Estado» (págs. 5-6).
Según Lind y Thiele, en las Guerras de Cuarta Generación siguen existiendo los niveles táctico, operacional y estratégico, pero con una diferencia. Todos pueden darse en un espacio muy limitado. Por ejemplo, las acciones de un grupo pequeño de soldados pequeños puede tener consecuencias estratégicas, especialmente si alguien lo está grabando en vídeo.
«Estos cambios apuntan a otro de los dilemas típicos de las Guerras de Cuarta Generación: lo que tiene éxito en el nivel táctico puede ser fácilmente contraproducente en los niveles operacional y estratégico. Por ejemplo, mediante el uso de potencia de fuego al nivel táctico, las fuerzas estatales pueden en algunos casos intimidar a la población local hasta el punto de atemorizarla y quedar aisladas de ella. Pero el miedo y el odio están íntimamente relacionados, y si la población local termina odiando a las fuerzas estatales eso lleva hacia su derrota estratégica» (pág. 9).
Uno de los autores de referencia para William Lind fue John Boyd, piloto de caza y creador del concepto «ciclo OODA». Boyd introdujo sus propios tres niveles para hablar de la guerra: físico, mental y moral. E igualmente habla de que lo que puedes hacer para vencer en el nivel físico de la guerra puede ser contraproducente para el nivel moral.
«Esto nos lleva al dilema central de las Guerras de Cuarta Generación: lo que te funciona en el nivel físico (y a veces mental) a veces funciona en tu contra en el nivel moral. Es por lo tanto muy fácil ganar todos los enfrentamientos tácticos en una conflicto de Cuarta Generación y a pesar de ello ser derrotado. Según el grado de uso de potencia de fuego que causa bajas y destrucción de la propiedad con el que vences en el nivel físico, cada victoria física puede acercarte a la derrota moral» (pág. 11).
Lo que vimos el 1 de octubre es que aquí y allá en Cataluña la intervención del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil logró paralizar la votación de un referéndum ilegal según las leyes españolas. Pero para ello debieron emplear la fuerza en un día con fuerte presencia de medios extranjeros que presentaron ante la opinión pública internacional los acontecimientos vividos sin entrar en los entresijos legales. Las organizaciones independentistas llamaron a sus simpatizantes a pasar el fin de semana en los centros educativos que iban a servir de colegio electoral y organizar actividades abiertas a los vecinos. Sus llamamientos especificaban que se trataba de una acción de resistencia pacífica no violenta. La idea evidente era obligar a las fuerzas policiales a usar la fuerza bruta contra ciudadanos indefensos para paralizar la votación. Las autoridades españolas cayeron en la trampa a pesar de ser una táctica vieja y desde el viernes eran evidentes las intenciones de los independentistas organizados en comités de barrios.
El 1 de octubre las redes sociales se llenaron de grabaciones hechas con móviles que enardecieron los ánimos de los independentistas catalanes, mientras que los medios de comunicación internacional captaron la atención de su público con imágenes de la policía golpeando brutalmente a pacíficos ciudadanos que simplemente querían votar en un referéndum. Mientras la prensa española insistía en la ilegalidad del referéndum, organizado saltándose incluso el reglamento del propio Parlamento de Cataluña, la prensa internacional reducía todo a la poderosa imagen de la policía golpeando a los ciudadanos catalanes. Los titulares y las viñetas de humor político no entraban en matices o detalles. Significativamente, corresponsales españoles en Oriente Medio contaban en Twitter que habían sido contactados por sus amigos de la región preocupados ante lo que habían visto en la televisión.
«En la Guerra de Cuarta Generación el débil suele tener más poder moral que el fuerte. Una de las primeras personas en emplear el poder de la debilidad fue Mahatma Ghandi. La insistencia de Ghandi en las tácticas no violentas para derrotar al Imperio Británico en la India fue y continúa siendo una estrategia clásica de Guerra de Cuarta Generación. Cuando los británicos respondieron a las manifestaciones indias por la independencia con violencia perdieron inmediatamente la guerra moral. […] La fuerza más débil tiene la hegemonía moral porque es tan débil. A nadie le gustan los abusones usando su fuerza física para ganar en algo y, a menos que seamos extremadamente cuidadosos en cómo aplicamos nuestra potencia de combate físico, podemos convertirnos rápidamente en un abusón» (pág. 34-35).
Ahora, con la perspectiva del tiempo, es fácil opinar qué se pudo haber hecho de forma diferente. Pero era evidente que ante colegios electorales rodeados por centenares de personas, incluyendo familias con niños y jubilados, un acto de fuerza para retirar unas urnas en un referéndum realizado sin censo, boicoteado por los partidarios del «no» y, por tanto, condenado a tener un resultado cuestionable, iba a ser contraproducente.
«Más importante, vemos el papel central de desescalar. En la mayoría de las situaciones de Cuarta Generación nuestra mayor esperanza de vencer reside en desescalar, no en escalar. […] La proporcionalidad es otro requisito si los ejércitos estatales quieren evitar ser vistos como abusones. […] Desescalamiento y proporcionalidad en cambio requieren que las fuerza armadas estatales sean capaces de empatizar con la población local» (pág. 35-36).
La cuestión de fondo que hemos visto tras los acontecimientos del 1 de octubre es que hay un sector importante, aunque no mayoritario, de la población catalana, que considera ilegítimo al Estado español por la violencia desplegada. Se podrán desplegar acciones policiales y judiciales para frenar una posible Declaración Unilateral de Independencia, pero queda pendiente solucionar las heridas abiertas que afectan a la convivencia.
«En el nivel más poderoso de la guerra, el nivel de la guerra, la clave para la victoria es convencer a la población local para identificarse con el Estado, no con las entidades no estatales. Hacer frente a este desafío dependerá en un grado significativo no de lo que las fuerzas estatales hagan, sino de lo que no hagan. No pueden insultar y golpear a la población local y simultáneamente convencerla para que se identifique con el Estado» (pág.60).
Para Johannes: olvidas el pequeño detalle de que en esos paises la consulta se contemplaba en sus legislaciones. Cuando se establecen comparaciones hay que hacerlo correctamente y no eligiendo únicamente la parte que te interesa. Aquí no estamos en Atapuerca. Por otra parte, si hubieras vivido mínimamente en Canada o leído su historia sabrias cómo se formó ese país y los problemas que ha tenido con el independentismo desde sus inicios, que eran apoyados activamente por terceros países.
Johannes, no sé cuántas opciones hay pero desde luego todas pasan por cumplir la Ley y después ya veremos. Una buena opción no puede empezar por hacer lo que a uno mejor le parece obviando la Ley que no le guste. Hay que partir de la base que la legitimidad de cualquier iniciativa en un Estado de Derecho empieza por cumplir la Ley, guste o no guste. Además, cumplir la Ley no es para nada retrógrado, dado que la Ley se puede cambiar, aunque para ello se requiere consenso y no el interés de un grupo que no llega a mayoría.
Si, tienes razon, me pudo la ira cuando lo vi, jajajaja!!
Rodrigo, creo que lo dice con cierta ironía.
Hay dos opciones: tratarlo com una guerra de cuarta generacion…o tratarlo como un problema politico que se puede solucionar votando. Los paises avanzados como Canada y UK prefieren la segunda opcion, los que aun no han salido de Atapuerca, la primera.
Policía golpeando brutalmente a pacíficos ciudadanos…puedes especificar un poco más que quieres decir?
Bueno, la solución, es que el poder central sólo se dedique a apoyar a la parte de la sociedad que está de su lado. El pueblo es el que se rebela, y el pueblo es el que responde. Aunque en Cataluña la cosa puede ir para largo, debido a los años de adoctrinamiento que llevan. Pero siempre se corre el riesgo de terminar con grupos terroristas de uno y otro bando, como en Irlanda del Norte. Sea como fuere, si ellos no se bajan del burro, mal pinta.