¿Por qué importa si la boca de fuego va hacia arriba o va hacia abajo en el momento de un disparo, intencionado o no? Balas perdidas y rebotes de proyectiles de armas de fuego.

Bala perdida alojada en el cerebro de un niño de 10 años dos meses después. Fuente.

No son pocas las ocasiones en las que sale a colación el tema de los «rebotes» de proyectiles de armas de fuego. El tema ─como es lógico─ genera una gran preocupación para cualquier profesional de las armas que se precie, por sus posibles consecuencias lesivas para aquellas personas que pudieran ser alcanzadas. Lo cierto es que los rebotes, junto con la dichosa sobrepenetración, tienen muy mala fama y se les atribuye un enorme peligro ─puede que más del que realmente plantean, dado que el verdadero y mayor peligro radica en fallar el blanco─. Sea por el motivo que sea, y aquí el estrés no sirve de excusa, todo proyectil que no impacta sobre su blanco se convierte en una bala perdida (stray bullet, en inglés), que necesariamente acabará impactando sobre algo, en el mejor de los casos, o sobre alguien, que posiblemente nada tenga que ver con el hecho. Lo cierto es que tristemente abundan las evidencias que demuestran el serio peligro que plantean las balas perdidas.

BALAS PERDIDAS

Cada año se producen múltiples víctimas, que resultan heridas o incluso muertas, tras recibir el impacto de balas perdidas, disparadas por los malos o por los buenos (generalmente policías). Basta echar un vistazo en Internet para encontrar infinidad de casos de heridos o muertos por balas perdidas. Vas a encontrar muchos más resultados, tanto en Google como en YouTube, si buscas en el término para bala perdida en inglés: stray bullet.

Según Garen Wintemute, autor de un estudio publicado en 2012 sobre víctimas de balas perdidas en EE.UU., «las víctimas de balas perdidas son básicamente “daños colaterales” y normalmente no guardan conexión con los incidentes que dan lugar a sus heridas o muertes»; «se trata de inocentes transeúntes que no suelen tener la opción de escapar o de realizar cualquier otra acción preventiva».

Wintemute y su equipo obtuvieron los datos de su estudio a partir de noticias, publicadas entre el 1 de marzo de 2008 y el 28 de febrero de 2009, relacionadas con víctimas de balas perdidas en EE.UU. De los 501 incidentes con disparos que encontraron, a partir de 1.996 noticias, 284 incidentes se ajustaban al criterio de su estudio. En dichos incidentes de balas perdidas, resultaron heridas 317 personas, de las que 65 fallecieron ─más del 20%─. «Este índice de mortalidad en incidentes de balas perdidas resulta un poco más elevado que en el caso de agresiones con armas de fuego o descargas involuntarias en EE.UU. en 2007».

Entiéndase que esto no se refiere al número total de muertos, sino a los muertos respecto al total de personas heridas. No hay más muertes por balas perdidas que por otros incidentes con armas de fuego. Esto quiere decir ─si yo lo he entendido bien─ que, en el caso de recibir un disparo, resulta más probable convertirse en una víctima mortal por el impacto de una bala perdida, que no por una agresión con un arma de fuego o una descarga involuntaria. ¡Ahí es nada!

Veamos algunos ejemplos de incidentes por balas perdidas para tomar conciencia de la realidad del problema, porque la cosa es más real y seria de lo que quizás se pueda pensar.

En el incidente del 24 de agosto de 2012 frente al Empire State Building de Nueva York, los nueve heridos lo fueron por balas perdidas ─o sus fragmentos o rebotes (3 por impacto directo y 6 por fragmentos)─ de dos policías que realizaron nueve y siete disparos, respectivamente, sobre un hombre armado con una pistola, que acababa de matar a un antiguo compañero de trabajo. Tantas balas perdidas no es algo de extrañar, teniendo en cuenta el hecho de que, en general, los policías de Nueva York fallan más de lo que aciertan, tanto como que sólo aciertan aproximadamente el 34% de los disparos efectuados.

Por otra parte, en torno a las 22:00 horas de una noche de verano en enero de 2017, Sofía ─una niña de dos años─ jugaba en el exterior de un restaurante en Iraja, un barrio de Río de Janeiro (Brasil). Falleció en el acto tras recibir el impacto de una bala perdida en la cara, sumándose así a otros 30 niños fallecidos por balas perdidas en Río de Janeiro por aquel entonces.

En el ataque terrorista perpetrado en Londres el 3 de junio de 2017, un ciudadano estadounidense resultó herido en un ojo al ser alcanzado en la cabeza por una bala perdida disparada por un policía cuando se enfrentaba a los terroristas.

En un incidente en Texas el 21 de diciembre de 2017 un niño de seis años resultó muerto a consecuencia de una bala perdida, disparada por la policía, que atravesó la pared y le alcanzó en el abdomen.

Por otra parte, los clásicos y peliculeros «disparos al aire» ─que siempre dan lugar a balas perdidas─ también plantean un serio peligro y no deben utilizarse, ni como medio de disuasión o intimidación, ni como forma de celebración ─de hecho se ha prohibido dicha práctica en muchos lugares del mundo─. Según un estudio de 1962, una bala del calibre .30 (7,62mm) puede alcanzar una velocidad terminal de 90m/s al caer, solo por el efecto de la gravedad. Otro estudio más reciente señala que 60m/s son suficientes para penetrar el cráneo.

Emilyn Villanueva Calano, niña filipina de 15 años en coma después de recibir el impacto de una bala perdida en Manila el 31 de diciembre de 2017.  Fuente.

Entre 1985 y 1992, un grupo de médicos del centro médico Martin Luther King Jr. Outpatient Center, en Los Angeles (EE.UU.), analizaron los heridos de bala que recibieron atención médica en su centro médico. Identificaron un total de 118 personas que habían sido alcanzadas por una bala perdida «caída del cielo» ─la mayoría (77%) en la cabeza─. La tasa de mortalidad era del 32%, significativamente superior a la de otros heridos de bala atendidos en ese mismo centro médico ─entre un 2% y un 6%─. El caso es que aquellos que son alcanzados por balas perdidas caídas del cielo tienen una probabilidad mucho mayor de resultar muertos que en el caso de otros heridos de bala. La razón es bien sencilla: aquellos con la mala fortuna de ser alcanzados por una bala perdida caída del cielo tienen muchas posibilidades de recibir el impacto en la cabeza.

No sé si percibes la gravedad y realidad del problema. Son muchos los casos de víctimas por balas perdidas ─caídas del cielo o no─ repartidos por todo el mundo. Durante las celebraciones por el año nuevo de 2014 en Filipinas, resultaron heridas hasta 30 personas por balas perdidas, de las que el único fallecido fue un bebé de tres meses, al que una bala perdida le atravesó la cabeza mientras dormía en casa al lado de su padre.

En su momento circuló por Internet un vídeo, en el que se observa cómo un hombre, que se asoma desde fuera por la ventanilla del acompañante de un coche, se desploma muerto en el acto tras ser alcanzado en la cabeza por una bala perdida caída del cielo, supuestamente en algún lugar de Irak.

En resumidas cuentas, creo que queda bien claro ─no sólo en base a la propia lógica, sino también en virtud de las múltiples evidencias que así lo acreditan─ el peligro que plantean las balas perdidas y lo mala idea que resulta eso de «disparar al aire» y, por ende, apuntar hacia arriba como norma, especialmente en entornos urbanos. Como acreditan las propias evidencias, ni de lejos se puede considerar de forma generalizada «hacia arriba» la dirección más segura disponible, hacia la que dirigir la boca de fuego de un arma como medida de seguridad ante una posible descarga del arma.

REBOTES

¡Quién lo diría! ¡una piedra rebota en el agua! ¿verdad?

¿Alguna vez has jugado a eso de lanzar una piedra contra el agua de forma que rebote sobre su superficie cuantas más veces mejor? Si es así seguramente tengas una idea de las condiciones que favorecen este fenómeno. Entre otras cuestiones, la clave radica en el ángulo de incidencia ─lo más pegado a la superficie que se pueda─ y la forma de la piedra ─cuando más plana mejor─ al impactar contra el agua.

Pues bien, teniendo esto en cuenta, no es tan raro que cualquier cosa rebote ─sea más o sea menos, pero rebote al fin y al cabo─ al chocar contra otro cosa o superficie. Así que los proyectiles no son una excepción. ¡Pues claro que rebotan! ¡y en el agua también!

En una ocasión, un pescador que sospechaba que alguien le robaba pescado de sus redes esperó durante la noche para sorprenderle; cuando la persona empezó a quitarle peces de las redes el pescador disparó contra el agua para asustarle, pero la bala rebotó y le mató (Murali, 2013). Lo cierto es que en otros tiempos se utilizaba el rebote para impactar sobre un blanco con una bala de cañón con tanta precisión como un disparo directo (Jauhari, 1968; Diaczuk, 2014).

Rebote de un proyectil contra el agua.

Sin embargo, el rebote de un proyectil es un fenómeno cuyo comportamiento resulta difícil predecir. Para más inri, no son tantos los estudios existentes en cuanto al rebote de proyectiles modernos, que ayuden a comprender dicho fenómeno. Una cosa está clara, los rebotes son más propios de proyectiles de baja velocidad ─pistola─ que de alta velocidad ─fusil─, que suelen fragmentarse al impactar contra una superficie dura (Jauhari, 1968; Diaczuk, 2014). Asimismo, en el caso de un cartucho de escopeta, las posibilidades de rebote se multiplican por el número de postas o perdigones (Murali, 2013), que además son esféricos y macizos ─lo que favorece el rebote─.

Dicho esto, se pueden distinguir dos partes interesadas en comprender mejor este fenómeno: por un lado, los profesionales armados, para tratar de minimizar los daños a terceros por rebotes al disparar su arma de fuego y fallar el blanco; y, por otro lado, los expertos en balística de la Policía Judicial, para poder realizar una reconstrucción de los hechos en un incidente. Para ello, dos de los principales aspectos del rebote de un proyectil dignos de mención son el ángulo crítico [critical angle] de rebote y la letalidad del proyectil tras rebotar.

El ángulo crítico de rebote se define como el «ángulo máximo de incidencia a partir del cual el proyectil no rebota al impactar». Si el ángulo de incidencia excede dicho valor el proyectil no rebota, ya que se fragmenta o penetra en el blanco (Jauhari, 1968). En cuanto al ángulo de rebote con el que sale el proyectil, este varía en virtud de cómo interactúa una superficie con el proyectil, distinguiéndose entre superficies duras y blandas.

Por un lado, normalmente las superficies duras quedan intactas tras el rebote de un proyectil con poco ángulo de incidencia, ya que no ceden ante la energía del impacto del proyectil (o si lo hacen es muy poco). El hormigón, el mármol, el granito, el acero y el cristal del parabrisas de un coche son solo algunos ejemplos de materiales que entran en esta categoría. Los proyectiles que rebotan al impactar contra superficies duras lo hacen con un ángulo de salida menor que el ángulo de incidencia del proyectil.

Por otro lado, las superficies blandas no quedan intactas tras el impacto de un proyectil, sino que ceden ante la energía del impacto del proyectil y se deforman, se deshacen o se perforan. La madera, el césped, la arena, el parqué, el pladur y la chapa de un coche son solo algunos ejemplos de materiales que entran en esta categoría. Normalmente los proyectiles que rebotan al impactar contra superficies blandas lo hacen con un ángulo de salida mayor que el ángulo de incidencia del proyectil.

Al impactar con un ángulo superior al ángulo crítico el proyectil puede fragmentarse si se trata de una superficie dura, o puede permanecer intacto y penetrar (entra pero no sale) o perforar (entra y sale) una superficie blanda (Diaczuk, 2014).

Comparativa entre los ángulos de rebote contra un material duro (línea violeta de rayas y dos puntos de abajo) y contra un material blando (línea discontinua roja de arriba), algo exagerada a efectos ilustrativos. ©Peter Diaczuk.

Peter Diaczuk realizó en 2014 un brillante trabajo ─de los pocos disponibles─ sobre rebotes de proyectiles, para lo que llevó a cabo múltiples pruebas experimentales ─con el rigor propio del método científico─ en las que comprobar el comportamiento de proyectiles de punta de plomo redondeada (LRN) y punta hueca (HP) del calibre .22 LR y de punta blindada (FMJ) y punta hueca (JHP) del calibre 9 Luger, al impactar contra diferentes materiales duros y blandos. No solo eso, sino que además realiza un completo repaso de la literatura disponible sobre rebotes de proyectiles de armas de fuego. Su trabajo corrobora la información ya disponible al respecto y aporta nuevos datos empíricos respecto a ángulos críticos y deformación de los proyectiles. En el apéndice 1 del informe de su trabajo figura un resumen con los ángulos críticos obtenidos de las pruebas experimentales.

Al impactar contra arena el ángulo crítico es de 12º a 14º para proyectiles .22 LRN, de 11º a 15º para .22 HP, de 13º a 15º para 9mm FMJ y de 13º a 15º para 9mm JHP. En el caso de impactar contra pladur el ángulo crítico es de 12º para proyectiles .22 LRN y .22 HP y 8º para proyectiles 9mm FMJ y 9mm JHP. Cuando se trata de una chapa de metal el ángulo crítico es de 10º para proyectiles .22 LRN y .22 HP (chapa de 0,457mm de espesor) y de 6º para proyectiles 9mm FMJ y 9mm JHP (chapa de 0,762mm de espesor). Con el acero el ángulo crítico es de 14º para proyectiles .22 LRN, 12º para .22 HP, 16º para 9mm FMJ y 15º para 9mm JHP. Con el hormigón es de 16º para proyectiles .22 LRN y .22 HP, 17º para 9mm FMJ y 16º para 9mm JHP. Y con el mármol es de 17º para proyectiles .22 LRN y .22 HP, 18º para 9mm FMJ y 17º para 9 mm JHP.

Atendiendo a los ángulos críticos determinados experimentalmente por Diaczuk ─y otros autores (Jauhari, 1968)─, resulta evidente que cuanto más descendente y menos horizontal sea la trayectoria del proyectil más difícil será que se produzca un rebote, independientemente de la superficie de impacto. Asimismo, de estos datos se deduce que en el caso de realizar un disparo al utilizar la posición de guardia baja, las posibilidades de rebote son prácticamente nulas, ya que en el caso de un disparo en esta posición normalmente el ángulo de incidencia ─aproximadamente entre 30 y 60 grados, según se suba más o menos el arma─ será mayor que el ángulo crítico. Por esa y otras razones, esta es una posición muy socorrida y enseñada. De hecho, una forma de tratar de minimizar los daños por posibles balas perdidas consiste en disparar a una amenaza con un ángulo descendente, tal y como explicaba Jim Cirillo respecto a su bautismo de fuego en la Unidad de Vigilancia [Stakeout Unit] de la Policía de Nueva York el 3 noviembre de 1967. Sobre las cuatro y cuarto de la tarde de aquel día, al enfrentarse a tres hombres armados, que pretendían atracar la frutería Old MacDonald’s, en la 101ª Avenida, en el barrio de Jamaica del distrito de Queens: «dirigí bajos mis disparos porque detrás del tipo estaba la calle. Temía disparar en paralelo al suelo porque si la bala atravesaba o fallaba el blanco podría darle a algún transeúnte ─estaba oscuro fuera y no podía comprobar mi entorno─. Así que dirigí bajos mis disparos, apuntando a la altura de la cadera» (Kirchner, 2002).

Bryce y Adam, del canal de YouTube Ballistic High-Speed, realizan múltiples tomas con sus cámaras de alta velocidad del impacto de un proyectil 9mm contra una placa de acero blindado AR500 con ángulos de incidencia de 75, 60, 45, 30 y 15 grados, comprobando cuál es el ángulo de salida y los efectos sobre un bloque de gelatina balística.

Incluso los protagonistas de la serie televisiva Cazadores de Mitos [Mythbusters] hicieron sus pinitos con rebotes de proyectiles en algún episodio y nos dejaron imágenes muy interesantes en las que se puede apreciar cómo rebota un proyectil. En el siguiente vídeo, jugando con los rebotes consiguen lo que buscaban, que el proyectil gire en redondo y vuelva hacia atrás.

En cuanto a la letalidad de un proyectil tras rebotar, dado que un proyectil no solo se vuelve inestable al rebotar, sino que además se deforma, es evidente que tiende a describir una trayectoria errática y perder velocidad rápidamente. El proyectil pierde energía inicialmente al impactar contra un blanco relativamente estático. Esta pérdida de energía se acentúa por la deformación e inestabilidad. Parece evidente la conclusión de que la capacidad lesiva y alcance letal de un proyectil posiblemente se vean muy reducidos tras rebotar (Jauhari, 1968).

En sus experimentos, Jauhari utiliza cartuchos con proyectiles capaces de atravesar varias tablas de madera de 2,5 cm de espesor, si se disparan directamente contra las tablas. Sin embargo, en muchos casos al realizar sus experimentos ─especialmente con ángulos de incidencia más pronunciados─ esos mismos proyectiles no logran penetrar ni una sola tabla tras rebotar ─o una sola cuando los ángulos de incidencia son más pequeños─. Los proyectiles se volvían inestables tras rebotar, independientemente del ángulo de incidencia, y aunque la inestabilidad y deformación de un proyectil afecta en gran medida a su capacidad de penetración, la pérdida de velocidad y, por tanto, energía, también es responsable de la pérdida de capacidad de penetración. Además, cuanto mayor es el ángulo de incidencia, más duro es el impacto y más energía pierde el proyectil. Por todo ello, se deduce que la letalidad de un proyectil tras rebotar se reduce considerablemente y normalmente serán los rebotes con ángulos de incidencia muy pequeños ─es decir, muy horizontales, muy planos respecto a la superficie de impacto─ los que ofrezcan un mayor potencial lesivo.

Impacto del rebote de un proyectil en el brazo de una persona. Fuente.

Aprovechando la oportunidad puesta a mi alcance por la ─a veces─ maravillosa Internet, de poder contar con el asesoramiento de un verdadero experto en Balística Forense ─y más concretamente en rebotes de proyectiles─, para aclarar mis dudas, contacté por correo electrónico con Peter Diaczuk.

Le escribí que «le agradecería que aportara sus comentarios respecto a dos cuestiones: (1) los proyectiles de punta hueca tienden a rebotar menos que los blindados, y (2) llevar la boca de fuego hacia abajo resulta muy peligroso, porque los rebotes provocarán graves heridas a quienes se encuentren alrededor. Esta segunda cuestión la utilizan algunos a la hora de abogar por la boca de fuego hacia arriba con la pistola o el fusil, de forma que las personas alrededor no corran peligro por posibles rebotes de proyectiles en el caso de descargas involuntarias. Según los datos sobre ángulos críticos recogidos en su trabajo ─y el de otros─, no parece muy probable que un proyectil rebote cuando la boca de fuego del arma apunte hacia abajo en una posición de guardia baja».

Diaczuk me respondió que «efectivamente, soy de la opinión de que los proyectiles blindados (FMJ) son más propensos a generar rebotes peligrosos que los proyectiles de punta hueca (JHP) [lo cual confirma lo dicho en el artículo Punta hueca ¿una solución definitiva?]. Esto se debe principalmente a dos factores. Un proyectil de punta hueca es más proclive a fragmentarse debido a su construcción, que favorece la expansión, así que aunque no dejará de rebotar, los fragmentos más pequeños en los que se fragmente no llegarán muy lejos por el aire, o incluso en el cuerpo, si alguien se interpone en la trayectoria de un fragmento. La otra razón por la que un proyectil de punta hueca es menos propenso a generar rebotes radica en la tendencia de este a permanecer dentro del blanco, dado que por la expansión del proyectil este transfiere más energía al blanco y es más probable que se quede dentro».

Continúa diciendo que, «no soy muy fan de llevar un arma de fuego con la boca de fuego hacia arriba, porque si se produce una descarga involuntaria, un proyectil intacto acaba volviendo a la tierra. En un entorno urbano eso podría conducir a una desgracia. Cuando el arma de fuego se lleva con la boca de fuego hacia abajo, una descarga involuntaria supone únicamente fragmentos de proyectil cuando este se fragmente al impactar. Por supuesto, aquí hay variables, según sea el material (hormigón, tierra, asfalto, etc.) y el ángulo de impacto».

Por último, un hecho que considero anecdótico, sobre el que alguien llamó mi atención en un foro al preguntar sobre los peligros de llevar la boca de fuego hacia arriba, que evidencia el problema que puede plantear llevar el arma cerca de la cabeza, es el fallecimiento el sábado 10 de diciembre de 1983 del policía estatal de Indiana (EE.UU.) Steven L. Bailey, tras recibir un disparo en la cabeza autoinfligido con su propio arma durante una visita y registro de un domicilio por un tema de drogas. Parece ser que llevaba el arma con la boca de fuego hacia arriba cerca de la cabeza ─puede que en una posición tipo arma a la sien, media Sabrina o Sabrina completa─. Se dice que, al utilizar el torso y el hombro para abrir una puerta, le dio a la puerta con el hombro y eso hizo que el arma se moviera hacia la cabeza al tiempo que posiblemente presionó involuntariamente el disparador. Ya digo que me parece anecdótico y además no tengo forma de comprobar lo sucedido. Desde luego da que pensar y, teniendo en cuenta que los accidentes ocurren, aunque un disparo en la pierna ─especialmente si alcanza la femoral─ no es bueno, parece que ofrece más opciones de supervivencia que uno en la cabeza.

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