Conclusiones del FBI sobre armas utilizadas y agresiones contra policías en EE.UU. Force Science News.

A continuación, puedes leer una serie de conclusiones, extraídas de un estudio realizado por el FBI, relativas a agresiones contra policías en EE.UU. Sin ser automáticamente extrapolables a cualquier tiempo y lugar, como España en la actualidad, estas conclusiones pueden servir de referencia para saber a qué podría tener que enfrentarse un policía en la calle y cómo estar mejor preparado para afrontar tal situación.

Este artículo fue publicado con fecha 28 de diciembre de 2006, en el número 62 del boletín Force Science News [noticias sobre ciencia de la fuerza], que publica bimensualmente el Force Science Institute [Instituto Ciencia de la Fuerza]. La traducción y publicación de este artículo cuenta con la autorización de Scott Buhrmaster, antiguo vicepresidente del Force Science Institute.

Force Science consiste en la investigación y aplicación de procesos y principios científicos imparciales para determinar la verdadera naturaleza del comportamiento humano en enfrentamientos de alto estrés y fuerza letal. Los innovadores estudios de Force Science abordan problemas reales que los policías se encuentran en la calle y se documentan meticulosamente.


Conclusiones del FBI sobre armas utilizadas y  agresiones contra policías

En un estudio desarrollado durante 5 años por el FBI y que fue publicado en 2006 se presentaron una serie de conclusiones sobre cómo los delincuentes se preparan, portan y utilizan las armas que emplean para agredir a los policías.

Entre otras cosas, los datos revelaron que la mayoría de aspirantes a asesinos de policías:

  • muestran signos de ir armados que los policías pasan por alto;
  • tienen más experiencia que sus presuntas víctimas en el empleo de la fuerza letal en «combates callejeros»;
  • practican con armas de fuego más a menudo y disparan con mayor precisión;
  • no dudan en absoluto a la hora de presionar el disparador. «Si dudas», le decía uno de los delincuentes a los autores de este estudio, «estás muerto. O tienes ese instinto o no lo tienes. Si no lo tienes, tendrás problemas en la calle…».

Estas y otras conclusiones relacionadas con las armas utilizadas constituyen todo un capítulo del sumario de 180 páginas del estudio denominado «Enfrentamientos Violentos: Un Estudio sobre las Agresiones con Armas contra los Policías de nuestro País» [Violent Encounters: A Study of Felonious Assaults on Our Nation’s Law Enforcement Officers]. Este estudio es el tercero de una serie de amplias investigaciones sobre agresiones letales y no letales contra policías llevadas a cabo por el equipo del FBI del Dr. Anthony Pinizzotto, psicólogo clínico forense, y Ed Davis, instructor de investigación criminal, ambos de la Unidad de Ciencia del Comportamiento [Behavioral Science Unit] del FBI, y Charles Miller III, coordinador del programa de Policías Agredidos y Asesinados [Law Enforcement Officers Killed and Assaulted (LEOKA)].

El estudio «Enfrentamientos Violentos» [Violent Encounters] también analiza al detalle las características personales de los policías agredidos y sus agresores, el papel de la percepción en los enfrentamientos en que la vida corre peligro, los mitos de la memoria que pueden dificultar la investigación de incidentes armados con policías implicados [Officer Involved Shooting (OIS)], el fenómeno del suicidio por la policía [suicide by cop], los actuales problemas de instrucción y adiestramiento y otros asuntos relevantes para la supervivencia del policía.

Respecto a este amplio estudio, el Dr. Bill Lewinski, director del Force Science Institute, lo calificó como «muy estimulante y revelador, importante trabajo que solo unos pocos excepcionales y experimentados investigadores podrían llevar a cabo».

De un total de más de 800 incidentes, los investigadores seleccionaron 40 casos para su análisis detallado, en los que estaban implicados 43 agresores (13 de los cuales eran reconocidos pandilleros-traficantes) y 50 policías. Visitaron los lugares de los hechos y se entrevistaron extensamente tanto con los policías supervivientes como con los agresores, la mayoría de los cuales estaban en prisión.

Como pequeña porción de la investigación completa, aquí tienes los aspectos más destacados sobre lo que aprendieron respecto a selección, familiaridad, transporte y uso de las armas por parte de los delincuentes en su intento de asesinar a policías:

SELECCIÓN DEL ARMA

En las agresiones contra policías se utilizaron principalmente pistolas y salvo en un caso todas fueron obtenidas ilegalmente, normalmente compradas en la calle o robadas. Al contrario del mito mediático ninguna de las armas de fuego incluidas en el estudio fue obtenida en una feria de armas. Lo que estaba disponible «fue el factor predominante en la selección del arma», concluye el estudio. Únicamente un agresor optó por un arma en particular «orque creyó que le ocasionaría el mayor daño posible a un ser humano».

Durante una presentación y debate para la Asociación Internacional de Jefes de Policía [International Association of Chiefs of Police (IACP)], el investigador Davis destacaba que a ninguno de los agresores entrevistados «le estorbó ninguna ley (nacional, estatal o local) que se hubiera aprobado nunca para restringir el acceso a las armas. Sencillamente se reían de la legislación sobre armas».

FAMILIARIDAD

Varios de los agresores empezaron a portar armas cuando tenían entre 9 y 12 años aunque la edad media con la que empezaban a llevarlas encima «la mayor parte del tiempo» era de 17 años. Los pandilleros se iniciaban en esta práctica especialmente jóvenes.

Casi el 40% de los agresores disponían de algún tipo de entrenamiento formal con armas de fuego, principalmente militar. Más del 80% «practicaba habitualmente con pistola, con una media de 23 sesiones de entrenamiento al año», según indica el estudio, normalmente en escenarios informales como vertederos, bosques, patios traseros y «callejones de conocidas zonas de narcotráfico».

Uno afirmaba querer mejorar sus habilidades con el arma porque creía que los policías «van al campo de tiro dos o tres veces por semana y practican tanto con las armas que pueden darle a cualquier cosa».

En realidad, los policías agredidos objeto del estudio sumaban una media de tan sólo 14 horas de entrenamiento con pistola y 2,5 tiradas de certificación al año. Solo 6 de los 50 policías afirmaron practicar habitualmente con pistola, aparte del mínimo exigido por el Cuerpo, y esas prácticas eran normalmente de tiro deportivo. En general, los agresores practicaban más a menudo que los policías a los que agredían y esto «puede haber contribuido a mejorar su puntería», según reseña el estudio.

El agresor anteriormente citado que quería mejorar sus habilidades practicando, por ejemplo, realizó 12 disparos contra un policía, alcanzándole 3 veces. El policía realizó 7 disparos fallándolos todos.

Más del 40% de los agresores habían estado implicados en enfrentamientos armados reales con anterioridad a su agresión contra un policía. Diez de estos «combatientes callejeros veteranos», todos procedentes de «entornos marginales con narcotráfico», habían participado en 5 o más «experiencias delictivas de combate con armas de fuego» a lo largo de su vida.

Uno decía que tenía 14 años cuando le dispararon por primera vez en la calle, «unos 18 antes que le disparara un policía». Otro decía que recibir disparos fue una experiencia fundamental para él «porque entonces decidió que nadie me volvería a disparar otra vez».

Por el contrario, una vez más, únicamente 8 de los 50 policías agredidos habían participado previamente en un enfrentamiento armado; uno había estado implicado anteriormente en 2, otro en 3. Siete de los 8 habían matado a su agresor.

OCULTACIÓN

Los agresores decían que lo más habitual era que llevaran el arma encima escondida delante en la cintura, con la zona de la ingle y la zona lumbar como segunda opción más habitual. Hay quien en algunas ocasiones le daba su arma a otra persona para que se la llevara, «normalmente una acompañante femenina». Generalmente ninguno utilizaba una funda pistolera y aproximadamente el 40% llevó al menos alguna vez un arma de respeto [backup] encima.

En el coche solían llevar su arma de fuego encima inmediatamente disponible o, menos frecuentemente, bajo el asiento. En su casa lo habitual era que la metieran dentro de una almohada, en una mesita de noche, bajo el colchón (en algún lugar inmediatamente al alcance de la mano desde la cama).

Casi todos portaban su arma cuando salían de casa y en su mayoría también cuando quedaban con los colegas, cometían algún delito o estaban en casa. Aproximadamente un tercio de los agresores se llevaban el arma al trabajo. Curiosamente los agresores incluidos en este estudio admitieron llevar armas bajo todas estas circunstancias en mayor medida que los agresores entrevistados en 2 estudios anteriores llevados a cabo por los investigadores en los años 1980 y 1990.

Según Davis, «los agresores varones decían una y otra vez que las mujeres policías solían cachearles más minuciosamente que los hombres policías. En prisión la mayoría de los agresores eran más reacios a llevar contrabando o armas encima cuando una mujer funcionaria de prisiones estaba de servicio».

En la calle, sin embargo, tanto hombres como mujeres policías con demasiada frecuencia consideraban a los sujetos mujer «como una menor amenaza, asumiendo que no llevaban un arma encima», comentaba Davis. A decir verdad, los investigadores concluyeron que a día de hoy son más las mujeres delincuentes con armas encima que hace 20 años, «no solo mujeres pandilleras, sino delincuentes mujeres en general».

TIPO DE TIRO

El estudio destaca que veintiséis de los agresores (aproximadamente el 60%), incluidos todos los combatientes callejeros veteranos, «se declaraban tiradores instintivos, que apuntan y disparan el arma sin alinear conscientemente los elementos de puntería».

«Practican cómo sacar el arma y utilizarla», explicaba Davis. «Hacen fuego de eficacia». O como lo explicaba uno de los agresores: «No trabajamos sin puntería…Sencillamente ponemos el arma en dirección hacia ti, tú sabes… No importa… mientras te dé… si va alto a tu cabeza o pecho, bajo a tus piernas, o a donde sea… Una vez aprieto el gatillo y caes herido, entonces… si quiero te ejecuto, luego puedo salir corriendo».

ÍNDICE DE IMPACTOS

En sus enfrentamientos armados los agresores lograron al menos algún impacto sobre el blanco con mayor frecuencia que los policías agredidos. El estudio descubrió que casi el 70% de los agresores tuvieron éxito en este sentido utilizando una pistola, comparado con aproximadamente un 40% en el caso de los policías agredidos (se consideraba que los esfuerzos de agresores y policías agredidos tenían éxito si algún proyectil impactaba en el blanco, independientemente del número de disparos realizados).

Davis suponía que los agresores podrían haber tenido una ventaja porque dispararon primero salvo en 3 casos, cogiendo al policía normalmente por sorpresa. De hecho, el estudio remarca que «diez del total de policías agredidos habían resultado heridos (y por tanto incapacitados en alguna medida) antes de responder a los disparos de sus agresores».

SIGNOS PASADOS POR ALTO

El estudio concluye que si los policías estuvieran más atentos a los indicadores de armas ocultas sería menos probable que fueran sorprendidos fuera de juego. Tales indicadores incluyen particularmente las formas de vestir, las formas de moverse y los gestos inconscientes que guarden alguna relación con el hecho de portar un arma.

«Los policías deberían buscar bultos o protuberancias fuera de lo normal en la zona de la cintura, la espalda o la entrepierna», indica el estudio, y estar atentos ante «una camiseta que se vea ondulada en un lado del cuerpo mientras la tela se ve lisa en el otro lado». En climas cálidos el vestir varias capas de ropa que no concuerden con la temperatura ambiente puede ser una señal. En días fríos o lluviosos puede que un individuo no se cubra la cabeza con la capucha de su chaqueta porque la esté utilizando para ocultar una pistola.

Como rehusan las fundas pistoleras, los agresores declararon que palpan frecuentemente con las manos o los brazos el arma que pudieran portar oculta «para asegurarse que sigue ahí escondida, segura y accesible» y que de ahí no se ha movido. Tales gestos resultan especialmente detectables «cuando quiera que los individuos cambien la posición del cuerpo, como puede ser al ponerse de pie, sentarse o salir de un coche». Si echan a correr puede que tengan que agarrar continuamente el arma que portan oculta para controlar que no se caiga.

Exactamente tal y como normalmente los policías ladean su cuerpo para hacer que su pistola resulte menos accesible para un extraño, los agresores armados «hacen lo mismo al encontrase con un policía para mayor ocultación y fácil acceso a su arma».

Davis destacaba que constituye toda una ironía que los policías que tienen que detectar cualquier arma oculta, por ejemplo, si fuera de servicio trabajan como responsables de seguridad en una discoteca, normalmente resultan muy eficaces en su detección. «Pero entonces, cuando vuelven a la calle, y no se centran en esa tarea específica parece que apagan esa habilidad para detectar armas» y, por tanto, se ven sorprendidos (a veces mortalmente) cuando un sospechoso saca un arma de repente y les agrede con ella.

MENTALIDAD

Treinta y seis de los 50 policías del estudio habían «experimentado alguna situación peligrosa en la que disponían de la autoridad legal» para hacer uso de la fuerza letal «pero optaron por no disparar». Se enfrentaron a una media de 4 incidentes de este tipo antes de los enfrentamientos que analizaron los investigadores en este estudio. Los investigadores constataron que «quedaba claro que ninguno de estos policías estaba dispuesto a hacer uso de la fuerza letal contra un agresor si tenían otras opciones disponibles».

Los agresores tenían una mentalidad completamente diferente. De hecho, Davis afirma que el equipo de investigación «se dio cuenta de cuánta sangre fría tiene la generación más joven de agresores. Se han visto envueltos en un asesinato tras otro, tienen asumido totalmente que pueden matarles y no dudan en disparar a cualquiera, incluso a un policía. En un instante pueden pasar de dar un paseo por la calle y decir qué bonito día hace hoy a asesinar a cualquiera».

El estudio determina que «normalmente los agresores no mostraron ningún reparo ético o moral al hacer uso de un arma de fuego». «De hecho, los combatientes callejeros veteranos sobrevivieron gracias a que aplicaron el criterio de disparar primero».

«Un policía nunca puede asumir que un delincuente está desarmado hasta que no haya registrado por sí mismo tanto a la persona como su entorno». Y, por el interés de su propia seguridad, tampoco puede «bajar la guardia en cualquier tipo de situación».

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